No es para nada gracioso decir Adios. A menos que no sea un adios de verdad.
Ella tenía frío y, aunque estaba entremedio de 500 personas, seguía teniendo frío. Era de noche y las luces del escenario daban al artista. Ella tomó la mano de su novio, le sonrió y él le dijo: Tengo frío. Estaban con parkas y bien abrigados. Bufandas, dos poleras, pantys, calcetines gruesos. Y seguía haciendo frío. Era de ese que cuando hablabas salía vaho de tu boca. El tipo del escenario tocaba la música favorita de ella. Y aunque ella no lo creia todavía, estaban en el lugar menos esperado, con la persona menos esperada, y haciendo lo menos esperado de su vida.
El novio le dijo a ella: Paz, ven acá.
lunes, noviembre 24
sábado, noviembre 8
Seis
Entro a una cafetería. y estaba terminando la canción Yellow de Coldplay. Fue como un empujón, un golpe en su vientre, tres segundos sin respiración y el recuerdo de un olor. Ese olor. El olor. Su olor... Abrió los ojos otra vez y se dió cuenta que no estaba Enrique en esa cafetería. Pero si estaba su olor y la gran taza de café servida en el mismo lugar donde lo imaginó. Quizás si hubiera tenido un poco de suerte y hubiera llegado antes, quizás se hubiera topado con él. O quizás él nunca estuvo allí y todo fue una broma de su inconciencia.
Se sentó en la barra de la cafetería y pidió un café cortado... puso un codo en la mesa y apoyo su cabeza inclinada en su mano... emitió un suspiro y cerró los ojos.
Se sentó en la barra de la cafetería y pidió un café cortado... puso un codo en la mesa y apoyo su cabeza inclinada en su mano... emitió un suspiro y cerró los ojos.
Esto es:
Historia de un adiós desordenado
miércoles, noviembre 5
Casi
Ella pensó que era Enrique el accidentado, no sabía porqué, si el había vendido su bicicleta hace años. Pero la memoria la había traicionado. Y quizás con la esperanza de que él muriera sería más fácil olvidar la ruptura. Pero sabía que no estaba muerto, y en el fondo tampoco quería verlo muerto. Siguió caminando hacia su casa, el cielo se había nublado y menos mal que se había puesto su abrigo cuadrillé. Empezó a caminar más rápido, entre que olvidaba lo sucedido y combatía la pena, dió varias vueltas antes de llegar a su casa. No quería llegar a su casa. Quería despejarse la cabeza de tanto pensamieto. Entro a una cafetería. y estaba terminando la canción Yellow de Coldplay. Fue como un empujón, un golpe en su vientre, tres segundos sin respiración y el recuerdo de un olor. Ese olor. El olor. Su olor. Recordó su primer baile con Enrique. Todo esto le sucedió en diez segundos con los ojos cerrados y la mano apoyada en la barra. Cuando los abrió se dió cuenta de que Enrique estaba también allí, sentado, con los codos encima de la mesa, y las manos afirmando su cabeza, a la altura de los ojos, refregandoselos, y rascando su cabeza, como si intentara sacarse sus pensamientos, tirarlos lejos, como si intentara despejarse de una vez por todas y no podía... como si estuviera ahogado. Había una taza grande frente a él. Ella se quedó mirándolo con ganas de ir a sentarse a su mesa y decirle que todo iba a estar mejor, de hacerle cariño en sus manos y tranquilizarlo con su mirada. Pero sabia que no podía, que no había vuelta atrás, que ellos debían alejarse lo más posible, para evitarse el daño del recuerdo, ¿pero cómo evitarse del daño del recuerdo si ellos estaban en la cabeza y corazón del otro? ¡si a cada paso exisitía un rastro del otro!. Primavera decidió sentarse, aunque le doliera cada paso que tomaría para acercarse. Fue el camino más largo y nervioso que había recorrido, cuando llegó a la mesa le dijo:
- Disculpa ¿me puedo sentar acá?
Enrique levanto la cabeza y entre asustado y emocionado reconoció la cara de su amante, se paró y la abrazó, tan fuerte como pudo, y rompió a llorar. Primavera no le dijo nada, sólo lo abrazó y le hizo cariño en su nuca.
- Disculpa ¿me puedo sentar acá?
Enrique levanto la cabeza y entre asustado y emocionado reconoció la cara de su amante, se paró y la abrazó, tan fuerte como pudo, y rompió a llorar. Primavera no le dijo nada, sólo lo abrazó y le hizo cariño en su nuca.
Esto es:
Historia de un adiós desordenado
Primer abrazo
Estaba ciego
No podía ver.
Él había vendido su bicicleta años atrás. Ahora sólo andaba a pie, porque en esa ciudad era más fácil y más económico. Él pensaba que si él andaba a pie, en algo contribuia a detener el calentamiento global. Sabia que realmente las grandes industrias por más que recibieran advertencias del gran daño que estaban haciendole al planeta, seguirían produciendo y basureando al mundo sin escuchar. Sabía que era sólo un granito de arena... pero lo era. Pero él no pensaba en eso ahora. Pensaba en qué haría ahora. Qué haría después. La había dejado y era para siempre. Le dolía y no había marcha atrás. Sabía que era lo peor para los dos, que podrían haber escapado en el peor de los casos, haber afrontado la verdad en la mejor de las situaciones. Pero escojió el camino más fácil. O quizás no.
Entró a una cafetería, un café cargado le haría despertar de esta pesadilla, pensó. Cuando entró y se sentó, la radio comenzó a tocar Yellow, de Coldplay. Puñalada al corazón. Era la primera canción que habían bailado juntos. Era una fiesta del colegio de ella y como la ciudad era pequeña, los jóvenes no muchos y pocos los colegios, él decidió ir. Cuando la vió de lejos se puso nervioso, luego de la conversación de la dulcería, curiosamente la veía más seguido en el centro. Él pensaba que quizás ella siempre estuvo a su alcance, pero nunca se dió cuenta que existía. La vió conversando con sus amigas en un rincón. Se veia preciosa, llevaba una falda y una polera de tirantes, zapatos de muñeca y el pelo suelto dejando que sus ondas se manifestaran libremente sobre su espalda. Él iba con dos amigos más. Algo sabían de una tal Primavera, pero no la importancia que estaba tomando en la vida de Enrique. Luego de un rato, en que la fiesta había encendido y ella había bailado sólo con sus amigas, mientras él la observaba de lejos, pusieron la canción Yellow. Cuando Enrique la escuchó, su corazón le aceleró como un cohete a la luna, se paró y sin pensarlo más que una vez, decidió que era la oportunidad de avanzar con ella. Caminó toda la pista y le dijo: "Hola, ¿te acuerdas de mi?". Primavera, aunque apenas se notaba por la oscuridad del ambiente, enrojeció un poco y le respondió: "Si, Enrique, me acuerdo de ti.". Él nervioso aun, le dijo más cerca del oido de ella: "¿quieres bailar?" y ella respondió que si. Él la tomó por la cintura y ella puso sus manos en el cuello y se movián al compás de la guitarra y la voz del cantante, él poco a poco la fue acercando hacia sí, hasta que quedaron abrazados. Eran casi de la misma altura, él un poco más alto por cinco centímetros. Él le habló al oido:
- Primavera, sé que sólo hemos hablado una vez, y las demás veces sólo te he podido saludar de lejos en el centro... pero hay algo en ti...
- Algo como que...
- Algo que me hace pensar en ti cuando me acuesto por las noches y cuando me levanto por la mañana.
- No sé que decirte...
- No me digas nada, abrázame fuerte si quieres...
Ella lo abrazó más fuerte, dejando su cabeza encima del hombro de él, hasta que acabó la canción. Cuando sucedió esto, el la tomó de la mano y la llevó lejos de la pista, donde pudieran conversar tranquilos. Estaba decidido...
No podía ver.
Él había vendido su bicicleta años atrás. Ahora sólo andaba a pie, porque en esa ciudad era más fácil y más económico. Él pensaba que si él andaba a pie, en algo contribuia a detener el calentamiento global. Sabia que realmente las grandes industrias por más que recibieran advertencias del gran daño que estaban haciendole al planeta, seguirían produciendo y basureando al mundo sin escuchar. Sabía que era sólo un granito de arena... pero lo era. Pero él no pensaba en eso ahora. Pensaba en qué haría ahora. Qué haría después. La había dejado y era para siempre. Le dolía y no había marcha atrás. Sabía que era lo peor para los dos, que podrían haber escapado en el peor de los casos, haber afrontado la verdad en la mejor de las situaciones. Pero escojió el camino más fácil. O quizás no.
Entró a una cafetería, un café cargado le haría despertar de esta pesadilla, pensó. Cuando entró y se sentó, la radio comenzó a tocar Yellow, de Coldplay. Puñalada al corazón. Era la primera canción que habían bailado juntos. Era una fiesta del colegio de ella y como la ciudad era pequeña, los jóvenes no muchos y pocos los colegios, él decidió ir. Cuando la vió de lejos se puso nervioso, luego de la conversación de la dulcería, curiosamente la veía más seguido en el centro. Él pensaba que quizás ella siempre estuvo a su alcance, pero nunca se dió cuenta que existía. La vió conversando con sus amigas en un rincón. Se veia preciosa, llevaba una falda y una polera de tirantes, zapatos de muñeca y el pelo suelto dejando que sus ondas se manifestaran libremente sobre su espalda. Él iba con dos amigos más. Algo sabían de una tal Primavera, pero no la importancia que estaba tomando en la vida de Enrique. Luego de un rato, en que la fiesta había encendido y ella había bailado sólo con sus amigas, mientras él la observaba de lejos, pusieron la canción Yellow. Cuando Enrique la escuchó, su corazón le aceleró como un cohete a la luna, se paró y sin pensarlo más que una vez, decidió que era la oportunidad de avanzar con ella. Caminó toda la pista y le dijo: "Hola, ¿te acuerdas de mi?". Primavera, aunque apenas se notaba por la oscuridad del ambiente, enrojeció un poco y le respondió: "Si, Enrique, me acuerdo de ti.". Él nervioso aun, le dijo más cerca del oido de ella: "¿quieres bailar?" y ella respondió que si. Él la tomó por la cintura y ella puso sus manos en el cuello y se movián al compás de la guitarra y la voz del cantante, él poco a poco la fue acercando hacia sí, hasta que quedaron abrazados. Eran casi de la misma altura, él un poco más alto por cinco centímetros. Él le habló al oido:
- Primavera, sé que sólo hemos hablado una vez, y las demás veces sólo te he podido saludar de lejos en el centro... pero hay algo en ti...
- Algo como que...
- Algo que me hace pensar en ti cuando me acuesto por las noches y cuando me levanto por la mañana.
- No sé que decirte...
- No me digas nada, abrázame fuerte si quieres...
Ella lo abrazó más fuerte, dejando su cabeza encima del hombro de él, hasta que acabó la canción. Cuando sucedió esto, el la tomó de la mano y la llevó lejos de la pista, donde pudieran conversar tranquilos. Estaba decidido...
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Historia de un adiós desordenado
martes, noviembre 4
La primavera se la lleva el viento
Empezó a hacer mucho más frío en el cementerio. Y ella tuvo que pararse, había visto la hora y ya era muy tarde. Ellos habían comenzado a ir al cementerio porque sus plazas eran hermosas. Nadie se había fijado en los cementerios, más que ellos. Las estatuas y jardines preparados sólo para cuerpos que yacían sin vida atrapados en cárceles de concreto a través de las cuales no podían apreciar cuán hermosa era su paralela: la vida. Pero ellos si podían apreciarla, y únicamente para ellos. Normalmente no iba gente al cementerio, y era un lugar donde podían estar seguros, siempre seguros. Mientras ella iba caminando hacia la salida, recordaba las conversaciones que tenían, sobre la vida y la muerte, el amor, el odio, la humanidad, el futuro, el pasado, su mismo presente y presentes paralelos. No podían quedarse callados, más cuando se besaban. Había sido el periodo más lindo de su vida. Quizás su primer amor. Y aun no entendía la razón del adiós, que había sonado tan lógica cuando él se la relató, que no pudo más que decir esas tristes palabras sobre el mismo adiós. Le dolía el corazón como nunca le había dolido. Sentía que cada palpitar era innecesario ya. Su pena le invadía cada célula de su ser y estaba casi en un piloto automático para llegar a su casa. Ya saliendo del cementerio y cruzando la calle escuchó un sonido de sirenas muy cercano a ella, miró hacia su izquierda y la ambulancia se había detenido, al parecer había habido un accidente. Se le heló el corazón y corrió en dirección de la ambulancia. Al llegar había mucha gente mirando, vió una bicicleta tirada muy lejos de allí y desesperada intentó llegar hacía el o los accidentados. Se abrió paso entremedio de la gente y cuando llegó a ver como los paramédicos encamillaban al accidentado, se dio cuenta de que era una jovencita de unos trece años, inconciente que la subían a la ambulancia, mientras la gente atónita trataba de procesar los hechos recién sucedidos
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lunes, noviembre 3
Capítulo Dos
Al entrar al pequeño reservorio de dulces, él pudo sentir esa mezcla de olores a confites naturales, hechos sólo con amor.
- Buenas Don Mario!
- Hooola pequeño, ¿cómo está su mami?
- Bien, bien, dentro de lo que se puede. Usted sabe, el doctor dijo que tenía que tener mucho reposo. Y bueno, vengo a comprarle un embeleco para que endulce sus días acostada.
- Mmm, déjame adivinar, apuesto que vienes a llevarle dulces de anís.
- ¡Pero cómo supo usted!, así es, vengo a llevarle dulcecitos de anís.
- Mira, jóven, toma esta bolsita que tenía preparada para ella hacia unos días... y no me pagues, que es un regalo para doña Inés.
- Ohh, muchísimas gracias, don Mario, le llevaré sus saludos a mi madre.
Él tomó la bolsita de color morado de tela tornasol, la guardó en el bolsillo de su chaqueta, le dió un apretón de manos a don Mario, y prosiguió hacía la salida. Cuando abrió la puerta, ésta hizo el clásico "tilín, tilín" de las campanitas de aquel entonces. Ella estaba afuera mirando el suelo, saboreando su dulce de nuez, con sus dos manos apoyadas en el banco. Al sonar el titilar de las campanas miró hacia la puerta y él estaba allí. Le sonrió coquetamente y se hizo a un lado, indicándole que se sentara junto a ella. Él camino dos pasos y se sentó . Abrió la bolsa morada tornasol y le ofreció un dulce. Ella aceptó uno y también le ofreció un dulce de nuez de su bolsita. Él también la aceptó. Se quedaron mirando la calle. Como era domingo, en realidad no había nadie en la calle, excepto ellos dos. La brisa era tibia y movia el vestido de ella. Él porfin decidió hablarle:
- Me llamo Enrique ¿y tú?
- Primavera.
- Buenas Don Mario!
- Hooola pequeño, ¿cómo está su mami?
- Bien, bien, dentro de lo que se puede. Usted sabe, el doctor dijo que tenía que tener mucho reposo. Y bueno, vengo a comprarle un embeleco para que endulce sus días acostada.
- Mmm, déjame adivinar, apuesto que vienes a llevarle dulces de anís.
- ¡Pero cómo supo usted!, así es, vengo a llevarle dulcecitos de anís.
- Mira, jóven, toma esta bolsita que tenía preparada para ella hacia unos días... y no me pagues, que es un regalo para doña Inés.
- Ohh, muchísimas gracias, don Mario, le llevaré sus saludos a mi madre.
Él tomó la bolsita de color morado de tela tornasol, la guardó en el bolsillo de su chaqueta, le dió un apretón de manos a don Mario, y prosiguió hacía la salida. Cuando abrió la puerta, ésta hizo el clásico "tilín, tilín" de las campanitas de aquel entonces. Ella estaba afuera mirando el suelo, saboreando su dulce de nuez, con sus dos manos apoyadas en el banco. Al sonar el titilar de las campanas miró hacia la puerta y él estaba allí. Le sonrió coquetamente y se hizo a un lado, indicándole que se sentara junto a ella. Él camino dos pasos y se sentó . Abrió la bolsa morada tornasol y le ofreció un dulce. Ella aceptó uno y también le ofreció un dulce de nuez de su bolsita. Él también la aceptó. Se quedaron mirando la calle. Como era domingo, en realidad no había nadie en la calle, excepto ellos dos. La brisa era tibia y movia el vestido de ella. Él porfin decidió hablarle:
- Me llamo Enrique ¿y tú?
- Primavera.
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Evol
Amor es ruido
Amor es dolor
Amor son esos blues que canto otra vez, y otra vez.
Ella le dijo: Muy bien, si este es el final... no quiero decirte adios, porque adios es la palabra para finales en que todo está perdido, en que las personas no vuelven a verse jamás. Y aunque no lo creas, te amé.
Él sólo respondió: Adios.
Dió media vuelta y comenzó a caminar. Eran esos días que él amaba, con fría brisa en la cara y crocantes hojas cafés para pisar y deleitar ese placer infantil. Pero ese día no lo amaba, más bien lo odiaba, y mucho más que eso, se odiaba a si mismo. Por haber dicho adios. Recordó la canción de Cerati: "poder decir adios, es crecer...", y era la única esperanza que tenía para ese dolor, ya llevaba 12 cuadras lejanas de ella. Ella se quedó pasmada frente al acto de él, no entendió nada.. pensó que sería como siempre, él se arrepentiría, la besaría, y seguirían siendo amantes. Pero sabía que no sería así. Le había dicho Adiós, y luego de eso no hay marcha atrás. Miró atrás de ella y había un banquito, siempre estuvo allí, cada vez que paseó con él del brazo en esa plaza que estaba dentro del cementerio, y nunca se sentó allí, hasta ese momento. No podía sostenerse en sus piernas. Era la segunda vez que le sucedia, la primera vez fue cuando lo conoció. Ella estaba afuera de la dulcería del pueblo, donde también había una banquita como la del cementerio, de madera pintada blanca, con patas verdes y florcillas rojas pintadas alrededor de éstas. Ella venía saliendo de la dulcería con una bolsa de dulces de nuez. Le encantaban. Sacó uno, lo metió en su boca y comenzó a saborearlo. Primero el caramelo, hasta que se deshizo y quedó la masita de nuez tan sabrosa que cerraba los ojos para disfrutar ese placer. Cuando terminó, abrió los ojos y allí estaba él, desmontando su bicicleta y estacionandola frente a la dulcería. Ella lo vió y sintió como si de pronto sus piernas fueran como gelatina, pensaba en que debía controlarlas, pero no podía, ellas se estaban desmayando y lo único que podía hacer era dar dos pasos para sentarse en el níveo banquito. Los dio y él la quedó mirando, con una sonrisa en los ojos y una leve mueca de "hola, que tal" que descubrían sus labios que se habían puesto de acuerdo para irse juntos hacia el lado izquierdo de su cara. Ella lo miró un poco sonrrojada por el papelón que había hecho y él amplió su sonrisa al dar la vuelta para abrir la puerta de la dulcería.
Amor es dolor
Amor son esos blues que canto otra vez, y otra vez.
Ella le dijo: Muy bien, si este es el final... no quiero decirte adios, porque adios es la palabra para finales en que todo está perdido, en que las personas no vuelven a verse jamás. Y aunque no lo creas, te amé.
Él sólo respondió: Adios.
Dió media vuelta y comenzó a caminar. Eran esos días que él amaba, con fría brisa en la cara y crocantes hojas cafés para pisar y deleitar ese placer infantil. Pero ese día no lo amaba, más bien lo odiaba, y mucho más que eso, se odiaba a si mismo. Por haber dicho adios. Recordó la canción de Cerati: "poder decir adios, es crecer...", y era la única esperanza que tenía para ese dolor, ya llevaba 12 cuadras lejanas de ella. Ella se quedó pasmada frente al acto de él, no entendió nada.. pensó que sería como siempre, él se arrepentiría, la besaría, y seguirían siendo amantes. Pero sabía que no sería así. Le había dicho Adiós, y luego de eso no hay marcha atrás. Miró atrás de ella y había un banquito, siempre estuvo allí, cada vez que paseó con él del brazo en esa plaza que estaba dentro del cementerio, y nunca se sentó allí, hasta ese momento. No podía sostenerse en sus piernas. Era la segunda vez que le sucedia, la primera vez fue cuando lo conoció. Ella estaba afuera de la dulcería del pueblo, donde también había una banquita como la del cementerio, de madera pintada blanca, con patas verdes y florcillas rojas pintadas alrededor de éstas. Ella venía saliendo de la dulcería con una bolsa de dulces de nuez. Le encantaban. Sacó uno, lo metió en su boca y comenzó a saborearlo. Primero el caramelo, hasta que se deshizo y quedó la masita de nuez tan sabrosa que cerraba los ojos para disfrutar ese placer. Cuando terminó, abrió los ojos y allí estaba él, desmontando su bicicleta y estacionandola frente a la dulcería. Ella lo vió y sintió como si de pronto sus piernas fueran como gelatina, pensaba en que debía controlarlas, pero no podía, ellas se estaban desmayando y lo único que podía hacer era dar dos pasos para sentarse en el níveo banquito. Los dio y él la quedó mirando, con una sonrisa en los ojos y una leve mueca de "hola, que tal" que descubrían sus labios que se habían puesto de acuerdo para irse juntos hacia el lado izquierdo de su cara. Ella lo miró un poco sonrrojada por el papelón que había hecho y él amplió su sonrisa al dar la vuelta para abrir la puerta de la dulcería.
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