lunes, noviembre 3

Evol

Amor es ruido
Amor es dolor
Amor son esos blues que canto otra vez, y otra vez.

Ella le dijo: Muy bien, si este es el final... no quiero decirte adios, porque adios es la palabra para finales en que todo está perdido, en que las personas no vuelven a verse jamás. Y aunque no lo creas, te amé.
Él sólo respondió: Adios.
Dió media vuelta y comenzó a caminar. Eran esos días que él amaba, con fría brisa en la cara y crocantes hojas cafés para pisar y deleitar ese placer infantil. Pero ese día no lo amaba, más bien lo odiaba, y mucho más que eso, se odiaba a si mismo. Por haber dicho adios. Recordó la canción de Cerati: "poder decir adios, es crecer...", y era la única esperanza que tenía para ese dolor, ya llevaba 12 cuadras lejanas de ella. Ella se quedó pasmada frente al acto de él, no entendió nada.. pensó que sería como siempre, él se arrepentiría, la besaría, y seguirían siendo amantes. Pero sabía que no sería así. Le había dicho Adiós, y luego de eso no hay marcha atrás. Miró atrás de ella y había un banquito, siempre estuvo allí, cada vez que paseó con él del brazo en esa plaza que estaba dentro del cementerio, y nunca se sentó allí, hasta ese momento. No podía sostenerse en sus piernas. Era la segunda vez que le sucedia, la primera vez fue cuando lo conoció. Ella estaba afuera de la dulcería del pueblo, donde también había una banquita como la del cementerio, de madera pintada blanca, con patas verdes y florcillas rojas pintadas alrededor de éstas. Ella venía saliendo de la dulcería con una bolsa de dulces de nuez. Le encantaban. Sacó uno, lo metió en su boca y comenzó a saborearlo. Primero el caramelo, hasta que se deshizo y quedó la masita de nuez tan sabrosa que cerraba los ojos para disfrutar ese placer. Cuando terminó, abrió los ojos y allí estaba él, desmontando su bicicleta y estacionandola frente a la dulcería. Ella lo vió y sintió como si de pronto sus piernas fueran como gelatina, pensaba en que debía controlarlas, pero no podía, ellas se estaban desmayando y lo único que podía hacer era dar dos pasos para sentarse en el níveo banquito. Los dio y él la quedó mirando, con una sonrisa en los ojos y una leve mueca de "hola, que tal" que descubrían sus labios que se habían puesto de acuerdo para irse juntos hacia el lado izquierdo de su cara. Ella lo miró un poco sonrrojada por el papelón que había hecho y él amplió su sonrisa al dar la vuelta para abrir la puerta de la dulcería.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Y mis ojos brillaron porque ahora que he aprendido cosas nuevas estoy mas sencible a las cosas osea mas persuasiva, mas imaginativa que antes que hasta puedo sentir el ambiente el aroma el latir de los corazones con solo leer estas cuestiones.
Espero con ene de ancias el capitulo numero 2.
:)

Anónimo dijo...

buenisimo!!. Tienes ese modo de escribir con el que sientes q eres parte del relato, es fácil engancharse.
Escribe otro!